A comienzos de 1990, el Ladies European Tour valoró junto al LPGA Tour la posibilidad de organizar un torneo similar a la Ryder Cup. La competición masculina por equipos llevaba disputándose desde 1926, creando momentos dramáticos cada dos años y convirtiéndose en parte integrante de la historia del golf. Todos los grandes campeones del siglo XX habían participado en ella: Nicklaus, Palmer, Snead, Watson, Ballesteros, Jacklin, Torrance, Lyle…
El mundo del golf se paralizaba cuando los mejores jugadores de ambos lados del Atlántico se reunían en un mismo escenario, y la idea de trasladar la tensión, la rivalidad y el formato a un torneo femenino parecía sinónimo de éxito. Solo hacía falta un buen patrocinador para sacarlo adelante.
Karsten Solheim, fundador de Karsten Manufacturing Corporation, llevaba años involucrado en el golf femenino a través de Ping, uno de los principales fabricantes de material. Él fue quien dio el visto bueno a la idea y firmó una colaboración por diez ediciones (veinte años), otorgándole además el nombre por el que se reconocería a esta competición en el futuro.
Menos de un año después, a finales de 1990, se disputaba la primera Solheim Cup en el Lake Nona Golf & Country Club (Orlando, Florida). Allí estaban Laura Davies, Alison Nicholas, Liselotte Neumann, Nancy Lopez o Betsy King. Aquella semana, Estados Unidos se alzó con la victoria por 11½ a 4½, pero lo más importante es que se había puesto la primera piedra de un torneo que pasaría a la historia.
Como en toda nueva competición, los comienzos sirvieron para que ambos equipos fueran probándose en un formato que apenas conocían, apreciando factores tan relevantes en el resultado como el público, la unión entre sus componentes o la importancia de tener una buena capitana.
La Solheim se trasladó al Dalmahoy Country Club (Escocia) en 1992, y Europa consiguió devolver el golpe a Estados Unidos por un resultado de 11½ a 6½. Kathy Whitworth y Mickey Walker habían estado al mando de ambos combinados en las dos ediciones disputadas y las protagonistas, que pasaron de ocho por bando a diez, apenas habían variado. Al igual que sucedió inicialmente en la Ryder, parecía cuestión de tiempo que uno de los dos equipos impusiera su dominio en el torneo y fue el conjunto de Estados Unidos el que se acostumbró a acumular títulos.
Las tres siguientes copas, disputadas en Virginia Occidental, Gales y Ohio, acabaron en las vitrinas americanas. El formato de la competición, así como el sistema de acceso a ambos equipos, fueron variando y en 1998, por primera vez, se incluyeron elecciones personales de las capitanas.
En este periodo, jugadoras estadounidenses de la talla de Julie Inkster, Dottie Pepper o Meg Mallon se mostraron intratables en match play, liderando a sus compañeras hasta la victoria y marcando casi una década de dominio en la Solheim Cup.
Raquel Carriedo entra en acción
La encargada de romper esta tendencia fue la capitana europea del año 2000, la escocesa Dale Reid, que había participado en las cuatro primeras ediciones como jugadora. Introdujo varios cambios entre sus pupilas para darle un soplo de aire fresco a su equipo con su compatriota Janice Moodie, seis jugadoras suecas, el tridente inglés (compuesto por Trish Johnson, Laura Davies y Alison Nicholas), la francesa Patricia Meunier-Lebouc y la española Raquel Carriedo.
Las europeas pasaron por encima del equipo de Pat Bradley en los foursomes del primer día (4 a 0) y mantuvieron su ventaja hasta el domingo por la tarde. Europa estaba más viva que nunca. 14½ a 11½.
“Cuando llegué, me sentía la más inferior porque era la única del equipo que no tenía victorias”, recuerda Raquel Carriedo. “Pero fue increíble el refuerzo positivo que me supuso. Inmediatamente, a partir de ahí, empecé a ganar”. Las componentes del equipo de Reid no solo consiguieron vencer a Estados Unidos, sino que se convirtieron en mejores jugadoras y comenzaron a triunfar en cualquier punto del globo. Entre todas ellas, Annika Sorenstam, que a esas alturas de su carrera ya había logrado tres triunfos en majors, alcanzaría hitos en el golf todavía vedados para las demás profesionales.
Paula Martí: “una experiencia increible”
La igualdad entre ambos conjuntos se acentuó en las dos ediciones siguientes. Reid siguió al timón de la nave europea y acudió al Interlachen Country Club en 2002 con varias caras nuevas: Iben Tinning, Karine Icher, María Hjorth o una prometedora noruega llamada Suzann Pettersen. Junto a Raquel Carriedo, se unió a la expedición a Minnesota una segunda golfista española: Paula Martí.
La catalana se enfrentaría por primera vez a una presión que, a pesar de sus dos victorias en el circuito en 2001, no había experimentado hasta entones, con lo que la capitana decidió asignarle como pareja a Laura Davies, con quien compartió tres partidos. “Fue una experiencia increíble”, recuerda ahora Martí. “Jugamos muy bien. El foursome del primer día por la mañana ganamos a Julie Inkster y Laura Díaz con eagle en el 18. Ella pegó un drivazo, yo una madera 3 y la metimos para ganar. Imagínate yo: era una novata, acababa de llegar… Todo te impone pero te acostumbras rápido. La atmósfera, el público, los cánticos para las de casa y las europeas… Me hubiera encantado jugarla en Europa”.
Su equipo hizo valer la confianza adquirida en Escocia y se adelantó por 9 a 7 a las americanas, pero éstas respondieron en los individuales imponiéndose en siete de los doce partidos disputados y empatando otros tres. Ganaron por 15½ a 12½.
La siguiente edición se jugó solo un año después, en 2003, para que la Solheim continuara disputándose los años que no había Ryder Cup (la Ryder del 2001 no se jugó por los atentados terroristas del 11-S). El remozado equipo europeo demostró haberse recuperado pese a la reciente derrota en Minnesota.
Capitaneadas por la sueca Catrin Nilsmark, Annika Sorenstam y Suzann Pettersen se mostraron invencibles como pareja y junto a Laura Davies, Sophie Gustafson, Catriona Matthew o la española Ana Belén Sánchez, una de las novedades del conjunto europeo, consiguieron ganar por la mayor diferencia de su historia: 17½ a 10½.
Esas dos derrotas en tres citas hicieron mella en el combinado estadounidense, que se renovó con varias jugadoras durante las tres siguientes ediciones. Golfistas tan prometedoras como Paula Creamer, Christina Kim, Natalie Gulbis, Morgan Pressel o Michelle Wie fueron incorporándose a la Solheim e inyectaron una fuerza inusitada a sus conjuntos, mezclando equilibradamente su pasión con la veteranía aportada por Inkster, Mallon o Daniel.
Poco pudieron hacer los equipos europeos capitaneados por Nilsmark (2005), Alfredsson (2007) o Nicholas (2009), aunque la lucha fue encarnizada. Las estadounidenses copaban las primeras posiciones del ranking mundial, ganaban majors y disfrutaban del nacimiento de una generación de grandísimas jugadoras. Tania Elósegui, participante en 2009, lo recuerda así: “La Solheim fue dura por la derrota tras todo el esfuerzo, pero tengo un recuerdo fantástico. Antes de ir, hablé con Olazábal por teléfono y una vez llegamos a Chicago, Ignacio Evangelio me había preparado un CD con sus palabras. Me encantó. Me deseaba suerte, me decía que disfrutase, me advertía del público, de la presión del primer hoyo…”
Alison Nicholas se encargaría de romper esta nueva etapa de dominio estadounidense en el Killeen Castle Golf Resort, en 2011. La inglesa recurrió a la misma táctica que había llevado a las estadounidenses a tantos éxitos, e incluyó en sus filas a seis jugadoras que no superaban los 27 años: Caroline Hedwall, Melissa Reid, Sandra Gal, Anna Nordqvist, Christel Boeljon y Azahara Muñoz.
Cinco de ellas eran novatas y afrontarían la gran responsabilidad de devolver la Solheim Cup al bando europeo. Las tornas habían comenzado a cambiar durante los meses anteriores, cuando muchas de estas profesionales empezaron a destacar en los torneos del LPGA Tour, viajando y conviviendo lejos de casa. “Para mí era una experiencia nueva y quería aprovecharla al máximo”, recuerda Azahara. “Todas las jugadoras nos llevábamos muy bien y eso me ayudó muchísimo”.
El equipo del viejo continente era muy distinto a aquellos en los que estuvo Raquel Carriedo, que rememoraba los tiempos en los que las estadounidenses se conocían mucho mejor que las europeas. Esta vez, todas sabían perfectamente a quién tenían al lado. Ambos equipos llegaron empatados a los individuales y, contra todo pronóstico y con una reacción heroica de Hedwall, Muñoz y Pettersen, Europa confirmó la victoria cuando Azahara firmó un birdie en el hoyo 17 del recorrido irlandés frente a Angela Stanford.
“Fue espectacular, especialmente cómo acabó el domingo, con toda la tensión que vivimos durante la última jornada. Teníamos mucha confianza en nuestras posibilidades. Todas nos dábamos continuas muestras de apoyo y nos decíamos que podíamos conseguirlo”, declara la malagueña. “Y pudimos”.