José María Olazábal ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes 2013, uno de los reconocimientos de carácter internacional más prestigiosos que se conceden en nuestro país a aquellas personas o instituciones que, además de la ejemplaridad de su vida y obra, hayan contribuido con su esfuerzo al perfeccionamiento, cultivo, promoción o difusión de los valores del deporte.
Instaurados en 1987, desde entonces lo habían recibido doce españoles –ahora trece–, entre los que se encuentra otro golfista, Severiano Ballesteros, que fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes en la edición de 1989.
Nacido en Fuenterrabia (Guipúzcoa) el 5 de febrero de 1966, José María Olazábal cuenta en su brillante currículo deportivo con dos Masters de Augusta, la punta de lanza de una treintena de victorias en diversos torneos de carácter profesional del más alto nivel.
Además, a finales de septiembre del pasado año asumió con enorme éxito la capitanía en el histórico triunfo de Europa sobre Estados Unidos en la Ryder Cup, liderando una victoria épica labrada a través de una remontada milagrosa que pasará a los anales de esta competición, la tercera con mayor repercusión mediática en todo el mundo tras los Juegos Olímpicos y los Mundiales de Fútbol.
La exitosa relación de José María Olazábal con la Ryder Cup viene de antiguo –cuatro triunfos en siete participaciones entre jugador y capitán–, hasta el punto de que está considerado, en conjunción con Severiano Ballesteros, como la ‘Mejor Pareja’ en la historia de este torneo, una afirmación avalada por sus 11 triunfos en 13 partidos.
Miembro del Salón de la Fama del Golf desde 2009, José María Olazábal es el único español, también junto a Severiano Ballesteros, que pertenece a este selecto club que reúne a los mejores golfistas de todos los tiempos.
Al margen de estas importantísimas consideraciones deportivas, José María Olazábal constituye un ejemplo como persona. No en vano, su elección como Capitán del equipo europeo en la pasada Ryder Cup supuso un proceso de apoyo unánime e indiscutido por parte de jugadores, instituciones y medios de comunicación del mundo entero, que valoraron esas señas de identidad –respeto a las reglas, al rival y al público en general– que caracterizan desde siempre la trayectoria deportiva y humana de José María Olazábal.
Atendiendo a estas consideraciones, una dimensión humana y una exitosa trayectoria deportiva reconocida unánimemente, la Real Federación Española de Golf, con el aval de todas las Federaciones Autonómicas de Golf y demás estamentos del mundo del golf español en general, presentó su candidatura a estos Premios Príncipe de Asturias para el Deporte.
Además, a primeros de año, el combinado europeo que ganó la Copa Ryder, capitaneado por José María Olazábal, obtuvo el Premio Laureus al mejor equipo en 2012 en la Gala que se celebró en Río de Janeiro para anunciar los denominados ‘Oscar del Deporte’.
La trayectoria deportiva de José María Olazábal deja lugar a pocas dudas. Sus 23 títulos en el Circuito Europeo, sus victorias en Estados Unidos y en Asia y su sensacional trayectoria amateur han sido eclipsados por sus éxitos en dos competiciones que han marcado su vida: el Masters de Augusta y la Ryder Cup.
1994. Ese año, el campo Augusta National presentaba los greenes más complicados que se recuerdan. Tanto es así que el alemán Bernhard Langer, ganador el año anterior, aseguraba no haber visto “nunca los greenes tan duros durante cuatro días”.
El célebre recorrido norteamericano parecía “un campo lleno de trampas”, sentenció el golfista germano. Tras dos días de liderazgo de Larry Mize, un guipuzcoano de 28 años se situaba en disposición de convertirse en el segundo español, tras el gran Severiano Ballesteros, en enfundarse la chaqueta verde como ganador del Masters de Augusta.
La sobriedad y la madurez de su juego, con el dominio del putt como principal bastión, llevaron a José María Olazábal a la victoria con 279 golpes en total, dos menos que Tom Lehman y tres menos que el propio Larry Mize.
Esa misma noche, Severiano Ballesteros le esperaba hasta las once de la noche en el apartamento que ocupaba el jugador vasco en las inmediaciones del club y le haría llegar una confesión llena de sinceridad y alivio. “Ya no seré yo el único español que porte con la carga de haberse vestido la chaqueta verde. A partir de ahora te toca llevar ese peso y ese honor sobre tus hombros”, le dijo emocionado el gran Seve.
Una lesión y una enorme fortaleza
Apenas unos meses después de ganar el Masters, José María Olazábal se enfrentó a una de las peores dificultades que puede encarar un deportista: una lesión de diagnóstico incierto que amenazaba con retirarle del golf. El jugador vasco no podía caminar por unas molestias en la planta de uno de sus pies que, según los primeros diagnósticos, podían ser consecuencia de una artritis reumatoide en dos de los dedos de un pie operado para recortar un hueso.
Una larga y penosa baja forzosa que se prolongó durante casi dos años finalizó gracias a una visita al médico alemán Hans Müller-Wohlfahrt, que le descubrió un pinzamiento vertebral. Muchas horas de fisioterapia y puesta a punto después, José María Olazábal volvió a recuperar su vida anterior. De nuevo podía andar y jugar al golf. Tras una puesta a punto meteórica, sólo tardó tres torneos en volver a ganar, más concretamente en el Turespaña Masters de 1997.
Augusta, siempre Augusta
Nadie hubiese apostado porque aquel jugador, tras superar tamaña adversidad, volvería a la cima del golf mundial, pero nadie duda que fue el mejor golfista de los 150 que participaron en el Masters de Augusta de 1999.
José María Olazábal se hizo con el liderato en la segunda jornada firmando una fantástica vuelta de 66 golpes. David Duval, entonces número uno del mundo, el joven pujante Lee Westwood y, sobre todo, el mítico australiano Greg Norman trataron de retrasar el retorno triunfal del español, pero ninguno de los tres encontró la fórmula para ello.
Con 33 golpes en los últimos nueve hoyos para una ronda de 71 golpes, José María Olazábal alcanzó el momento cumbre de su relación con Augusta en aquel 1999, un campo del que sólo salen bien parados los genios.
Con el título en el bolsillo, José María Olazábal recordó el calvario de los dos años anteriores y confesó que llegó a pensar que “no podría jugar nunca más al golf“
Persona ejemplar; deportista intachable; golfista de éxito; reconocimiento mundial; palmarés del máximo prestigio; talante competitivo repleto de elegancia; enorme capacidad de superación ante las adversidades; espíritu de concordia y unidad; golfista querido y admirado por sus compañeros; trayectoria repleta de reconocimientos; referencia imprescindible… son algunos de los calificativos que acompañan a la figura de José María Olazábal desde sus inicios como golfista.