Eran las ocho de una mañana de miércoles de un día de sol precioso, un joven vigilante que hacía las rondas en el Augusta National Golf Course, se encontró con un septuagenario tomando café y sándwiches en el campo par 3.
«Disculpe señor», dijo el vigilante, «pero no hay mucho que hacer por aquí hasta que el juego comience esta tarde.» A lo que el septuagenario contestó: «Joven, ¿me puede usted decir un lugar mejor en el mundo para tomar el desayuno? «
No se puede pensar en una anécdota más acertada para empezar a hablar de Augusta.
El ambiente que se respira es único, aquí no hay carreras por buscar la posición detrás de las cuerdas. Existe un curioso sistema de reserva de plaza a base de sillas; cada uno compra su asiento, lo planta en el hoyo de su elección y nadie se atreve a tocarlo. O si se prefiere seguir un partido en concreto, se puede hacer paseando sin los agobios de otros torneos. No se permiten las banderas ni los periscopios entre los “patronos” (aquí no se puede utilizar la palabra público, demasiado vulgar para designar a los invitados a entrar al club). Tampoco existen los voluntarios con pizarras en cada grupo o las pantallas gigantes con televisión habituales en otros lares, por lo que a veces se hace difícil seguir el resultado de los jugadores. Pero a nadie le importa.
El viaje por Magnolia Drive y por el inigualable Augusta National Golf Club es el anuncio formal de una nueva temporada de golf – el Masters de Augusta. En el mismo momento de comenzar ese viaje te das cuenta de que estás entrando en un templo para los que aman el golf. Augusta es un evento único. Es el torneo que encarna todo lo que es bueno en el golf y refleja lo mejor de la tradición de este juego. Su singularidad, es el único de los grandes que no cambia de lugar, se basa en la capacidad de su órgano de gobierno para decir «No» al dinero. El resultado es, que no está vinculado a ningún patrocinador y pueden tomar decisiones buenas o malas, pero son las suyas.
En 1934, cuando Bobbie Jones invitó a sus amigos a jugar un torneo en su campo de golf, el Augusta National, recientemente diseñado para celebrar el final de la gira de invierno, no podía imaginar que se convertiría en el torneo de golf más exclusivo del mundo y en el primer gran evento en el calendario de golf.
Todo el mundo que llega al Augusta National Golf Club, ya sean los jugadores, los medios de comunicación o espectadores, saben que tienen suerte de estar allí y, como consecuencia, parecen tener especial cuidado en respetar las costumbres del club. Se presta especial atención a cada pequeño detalle, con el fin de asegurarse de que las azaleas no florecen antes de «La Semana» se embalan en hielo para frenar su crecimiento natural. Además, el comportamiento de los espectadores es ejemplar, y no es extraño si tenemos en cuenta que las entradas son tan escasas como las agujas en los pajares y además celosamente guardadas, de hecho, la mayoría parecen transmitirse de generación en generación. Otra regla peculiar, estrictamente para socios es que éstos, deben salir del club dentro de los 30 minutos siguientes al último putt.
Independientemente de la bolsa de premios, bastante abultada, por cierto, la famosa chaqueta verde es el trofeo más codiciado. Presentada por primera vez en 1938, rápidamente se convirtió en el símbolo de pertenencia al exclusivo club. Por tradición, el ganador se la lleva por un año y luego debe devolverla al club, donde permanece guardada, aunque el jugador puede lucirla cada vez que vuelva al Augusta National.
Hasta 1983 se pedía que los jugadores utilizaran los caddies del club, que eran todos afroamericanos, aunque ahora pueden traer los suyos propios, pero, eso sí, con el uniforme de color blanco, gorra verde del Masters y zapatos blancos. Al caddie del actual campeón se le da el número 1, los demás siguen el orden de registro.
Otra tradición es la Cena de Campeones, celebrada el martes anterior al primer día del torneo y que es presidida por el actual campeón. Se celebró por primera vez en 1952, Ben Hogan fue el primer anfitrión y en ella el que ostenta el título es el encargado de la elección del menú, misión que, con más o menos acierto, han llevado a cabo todos los jugadores. Como anécdota, el ganador de la edición de 1988, Sandy Lyle, se decidió por el haggis. Un plato escocés muy condimentado y de sabor intenso, elaborado a base de vísceras de cordero u oveja y todo ello embutido dentro de una bolsa hecha del estómago del animal y cocido durante varias horas.