Que Phil Mickelson ha tenido que rendir más que otros jugadores para hacerse con victorias y ocupar el puesto que ocupa en el mundo el golf no es ningún secreto. Capaz de no dar opción a sus rivales a lo largo de una competición y tirar de un plumazo todo lo conseguido en los momentos decisivos, en los que su talento parece diluirse dando paso al caos. Un talento que hemos visto desde el rough, desde la arena, bajo árboles… y que siempre le ha servido para volver a la lucha. Se puede decir que Mickelson es el solventador perfecto, con una capacidad increible para corregir errores imposibles. 40 títulos del PGA Tour y 3 Masters así lo certifican.
Muirfield ha sido un verdadero campo de batalla esta semana, donde se ha jugado al golf de antaño, con calles quemadas (el green golf es algo demasiado nuevo en esto del golf), donde la bola botaba alcanzando distancias y direcciones impredecibles, con alta hierba rodeando las calles. Golf clásico escocés puro y duro, como el terreno.
Todo parecía dispuesto para una victoria de Lee Westwood, líder al inicio de la jornada final. O para Tiger Woods, incluso para Mahan o Stenson. Jugadores no erráticos, cumplidores de calle y pateadores natos. Pero nadie contaba como favorito con el juego caótico de Mickelson. Además, partía desde el inicio con +2, antojándose bastante difícil un desenlace glorioso para el zurdo norteamericano.
Pero el Open siempre sorprende y la tensión final desemboca en una malgama de ocasiones perdidas y extraordinarios golpes. Westwood, Tiger o Stenson finalizaban sus primeros nueve hoyos con +2, en bunkers infernales y putts endiablados sobre una superficie más lenta que en días anteriores, pero más propia de greenes americanos por su velocidad.
Con esas condiciones surgió la figura de otro héroe del milagro de Medinah, Ian Poulter. -5 en los primeros 12 hoyos, recuperando el +3 con el que comenzaba la ronda final y se convertía en candidato a la victoria, hasta que comenzó a acercarse al desenlace, perdiéndose en las duras calles e intentando corregir errores que pagaron muy caros casi todos los jugadores.
El australiano Adam Scott también ofreció su candidatura a la victoria de un trofeo que se le escapó de entre los dedos el año anterior. Enviando sus bolas al centro de la calle, buenas lecturas, putts contenidos y valederos para birdies y que le supusieron incluso estar líder en el Open momentáneamente, hasta que el link escocés pusiera en su sitio al joven jugador con cuatro bogeys consecutivos.
Muirfield permitióa varios jugadores ascender hasta el trono para después deponerlos y obligarlos a abdicar ante sus condiciones.
Pero entonces apareció la figura de Mickelson, adaptándose a los obstáculos y adversidades del recorrido y de su propio juego. Por delante, los hoyos finales de un campo que se había convertido en una auténtica pesadilla para algunos de los mejores golfistas del mundo. Seis hoyos que hicieron torcer el gesto a Tiger Woods; que consiguieron sacar de sus casillas a Poulter o que simplemente exasperaron a Scott o Westwood. Seis hoyos, para cuatro birdies del zurdo californiano que volvía a hacer lo inesperado; el superar las estrategias y tácticas con su extraordinario talento y mágico caos para hacerse con una victoria más que merecida.
Foto: TheOpen.com